El Enfoque Centrado en la Persona constituye una aproximación al ser humano desde su humanidad. Esta perspectiva tuvo sus inicios en el área psicoterapéutica. Sin embargo, progresivamente se ha ido expandiendo a gran variedad de ámbitos como son: el educativo, los grupos de encuentro, la familia, la pareja, la administración, los grupos minoritarios e interculturales, etc.
El término ‘Enfoque’ o ‘Aproximación’, designa justamente la gran amplitud y extensión de esta filosofía a diversidad de contextos. Además, estos términos se suelen emplear también para diferenciar a esta corriente de otras que ponen el acento más bien en la técnica, el método o los procedimientos que se emplean para abordar e intervenir sobre la persona.
Esta perspectiva concibe el cambio y el desarrollo del ser humano como un reflejo de las relaciones reales, personales y humanas que éste construye, y no como el resultado de las relaciones meramente instrumentales y técnicas que disuelven cualquier indicio de poder e implicación personal, y que colocan al individuo en el lugar de un ‘objeto’ manipulable.
Carl Rogers es uno de los principales contribuyentes y desarrolladores de este enfoque. Expone que la premisa central que subyace a esta filosofía es que el ser humano es un organismo digno de confianza. Este postulado presupone que ya existe en todo organismo vivo una tendencia intrínseca y natural hacia su conservación y desarrollo; la vida sería este movimiento y dinamismo subyacente a todo organismo que le conduce hacia adelante, hacia una mayor diferenciación, autonomía y socialización; en fin, hacia la realización de sí mismo.
Rogers describe este proceso activo de la vida tomando como ejemplo a un arbusto marino que se mantiene vivo, tenaz y flexible frente al golpeteo constante de las olas que revientan contra las rocas de la costa en las que éste descansa.
“Parecía increíble que fuera capaz de soportar este golpeteo constante hora tras hora (…) quizás año tras año, y que en todo ese tiempo se estuviera nutriendo, extendiendo sus dominios, reproduciéndose a sí misma, en ese proceso que en nuestra forma de escribir llamamos crecimiento. Aquí, en esta planta marina, semejante a una palma, estaba la tenacidad por la vida, el empuje vital hacia delante y la habilidad para sobrevivir en un ambiente increíblemente hostil, no simplemente quedándose estática, sino siendo capaz de adaptarse, desarrollarse y convertirse en ella misma”.
Carl Rogers
La tendencia actualizante constituye la base de este enfoque. Al igual que cualquier organismo vivo, el ser humano se mueve hacia su mejoramiento, hacia su autorregulación y hacia una menor dependencia del control externo. Esta mayor autonomía y apoyo interno no niega la interdependencia y la relación funcional con el entorno y con los otros. Todo lo contrario: en esta mayor autonomía hay un reconocimiento y aceptación de nuestra co-existencia.
Cuando el control, la dirección y la valoración descansan en el propio organismo, éste tiende naturalmente hacia la realización de sí mismo, y a la toma de decisiones constructivas tanto para su propia vida personal como para la vida en sociedad. Se puede confiar en que el empuje y la fuerza para conservarnos y realizarnos a nosotros mismos viene de adentro, de las vivencias organísmicas (sensaciones, emociones, actitudes, valores, etc.) que ocurren en nuestra interacción con el entorno. Dependiendo de lo más o menos facilitadoras que sean las circunstancias internas y externas en las que nos desenvolvemos, esta tendencia actualizante se manifestará con mayor o menor fluidez y/o interrupciones.
Cuando las relaciones interpersonales que va construyendo el niño durante sus primeros años se basan en la aceptación incondicional y en una plena libertad para experimentarse a sí mismo, el niño tiende a desarrollarse con mayor fluidez dentro de la línea de la congruencia y de la autorrealización. El sentido y las direcciones que toma el niño y posteriormente el adulto, estarán mayormente arraigadas en su propia experiencia organísmica.
En la medida en que los padres aman y aceptan todos los sentimientos y experiencias del niño, éste se mantiene abierto y receptivo a todos los datos de su experiencia interna y externa. Este niño no siente la necesidad de rechazar de la conciencia o distorsionar ciertos sentimientos para conservar el amor de los padres.
En cambio, cuando los padres aceptan y valoran al niño de manera condicionada, éste aprende a negar y distorsionar aquellos aspectos de su experiencia que amenazan el reconocimiento y amor de los otros. El niño deja de percibir y valorar a su experiencia por lo que es en cada contexto y situación, y la valora en base a las pautas y constructos externos que ha introyectado.
“Con el fin de conservar el amor de los padres el niño introyecta como si fueran suyos, valores y percepciones que, en realidad, no experimenta. Entonces se niega a concienciar el flujo de experiencias organísmica contrarias a esas introyecciones. De este modo, su sí mismo contiene elementos falsos que no están basados en lo que él es, en su proceso de experiencias” Carl Rogers.
La tendencia actualizante en este caso funcionaría de manera interrumpida y disociada, es decir, la persona conscientemente se comporta y se percibe a sí misma de acuerdo a las ideas y constructos rígidos y estáticos introyectados, e inconscientemente responde de acuerdo con la experiencia organísmica siempre cambiante y fluida. La tendencia actualizante puede ser obstruida, constreñida, refrenada en medio de circunstancias poco facilitadoras. Sin embargo, no se le puede destruir o hacer desaparecer sin destruir al propio organismo.
Esta persona, diría Rogers, se encuentra en estado de incongruencia o de desacuerdo interno: hay una disociación entre la idea que esta persona tiene de sí misma y lo que de hecho está siendo a nivel organísmico (emociones, sensaciones, actitudes, valores, etc.). Hay una disociación entre el “self”, o aspecto consciente de sí mismo, y la experiencia organísmica, las vivencias. La persona en estado de incongruencia no se construye ni se valora sobre la base de lo que experimenta en cada momento, sino que se comprende a sí misma sobre la base de las ideas e imágenes estáticas que tiene de sí.
En este proceso de facilitar relaciones auténticas y reales, el terapeuta, el maestro, el padre, la madre, en fin, las personas que se comprometen con este enfoque, encarnan y transmiten esa confianza básica en las propias experiencias y direcciones internas de la persona, a través de 3 actitudes fundamentales:
– Autenticidad o Congruencia: el terapeuta vive de manera abierta y consciente los sentimientos y actitudes que están fluyendo dentro sí a cada momento, y además logra comunicarse y manifestarse a sí mismo de manera coherente con eso que está experimentando. Esto supone que el cliente puede ver con claridad lo que terapeuta es en la relación en cada momento. El terapeuta confía y permanece abierto a su propia experiencia organísmica.
– Aceptación Positiva Incondicional: implica una apertura y deseo por parte del terapeuta para que el cliente sea cualquier sentimiento y actitud que esté experimentando en todo momento (confusión, miedo, rabia, alegría, celos, orgullo, amor, etc.). El terapeuta no experimenta deseos de controlar, dirigir o deformar lo que el cliente está viviendo. Se trata de un aprecio no posesivo o incondicional; es una valoración que no descansa en el juicio crítico.
– Empatía: consiste en captar con precisión las vivencias que está teniendo el cliente tal como éste las percibe y las significa, y en comunicarle esta comprensión. Es entender al cliente desde su propio marco de referencia y no desde el marco de referencia del terapeuta.
La confianza básica que se instaura en la relación terapéutica por medio de estas actitudes va disolviendo progresivamente la tendencia defensiva que ha asumido el cliente hacia su propia experiencia organísmica. Esto facilita el surgimiento de un individuo cada vez más abierto y consciente de su experiencia sentida y de su poder personal; un ser humano más libre, autónomo y responsable de sí mismo.